El otro día me puse a pensar en esto: ¿por qué, en las empresas, insistimos tanto en mantener la armonía, aunque eso signifique tragarnos algunas verdades?
Esa reflexión surgió de un insight, observando el comportamiento de equipos y gestores, y también recordando mi propia trayectoria profesional en estos últimos 25 años. Vivimos intentando evitar el roce, la conversación difícil, el “ambiente tenso”. Solo que eso tiene un precio: empezamos a cambiar lo que es real por lo que es cómodo.
Una postura pragmática no es omisión. Es coraje con inteligencia.
Ser pragmático, para mí, es tomar posición cuando es necesario, de la manera correcta, en el momento adecuado. Decir la verdad, aunque duela un poco ahora, construye confianza a futuro. Y la confianza, en el mundo corporativo, lo es todo.
“Aprendí esta lección en la primera simulación de auditoría de JIPM con un consultor japonés. Que en el momento repudié cada palabra, pero hoy veo como una de las mayores lecciones de mi vida.”
¿Pero por qué tanta gente prefiere la armonía?
Porque da menos trabajo. Porque no exige datos, argumentación, escucha activa, ni ese autocontrol necesario para mantener el respeto mientras se dice algo difícil. Fingir que todo está bien es más fácil que enfrentar un problema de frente.
Lamentablemente, todavía hay muchas empresas que valoran “solamente” a quien entrega números más que a quien tiene el coraje de decir “esto está mal”.
Pero hay una luz al final del turno, porque tengo ejemplos de gestores que reconocen abiertamente a las personas con posturas sinceras frente a problemas serios. Y eso genera un círculo virtuoso dentro de los equipos.
¿Y en tiempos de cancelación y polarización?
Hoy en día, opinar se ha convertido en un riesgo. Ser directo puede ser visto como rudeza. Nadie quiere ser malinterpretado ni crear polémica. Y entonces el líder calla o suaviza tanto el mensaje que este pierde impacto.
Recientemente hablé con un antiguo gestor (y gran amigo), que simplemente decidió jubilarse antes de tiempo debido a los excesos que su empresa actual ha cometido para mantener un “clima armónico” y su escasa preocupación por los resultados y por la formación de líderes preparados para diferentes escenarios y situaciones.
En contrapartida, entiendo que la inteligencia emocional, en este escenario, no es para suavizar la verdad, sino para ayudar a decirla con respeto y humanidad.
Quien lidera necesita tener la sensibilidad para ajustar el tono, pero no el contenido.
¿Ese tal pragmatismo tiene límite? Claro que sí.
Ser pragmático no es ser frío ni disimulado. Es saber lo que necesita ser dicho y decirlo.
Sin ocultar información importante, sin barrer los problemas bajo la alfombra.
La diferencia entre decir lo necesario y omitir lo esencial es la línea que separa el pragmatismo de la cobardía. Y esa línea se llama ética.
Hoy, con tantos datos, métricas e informes, es fácil pensar que solo los números hablan.
Pero la verdad es que el verdadero líder también escucha lo que los números no muestran. Siente el ambiente. Capta lo que está detrás del comportamiento del equipo.
Eso también es gestión.
Para que lo pienses ahí:
¿Quieres ser visto como alguien que agrada o como alguien que inspira respeto?
¿Tu equipo tiene paz verdadera o solo una armonía artificial?
¿Cuándo fue la última vez que dijiste una verdad difícil, pero necesaria?
Cerrando aquí (¡IMPORTANTE!):
No estoy diciendo que la armonía sea algo malo. En realidad, me parece excelente y es una búsqueda constante para mí.
Pero cuando viene a costa de la verdad, solo estamos maquillando los problemas.
Las empresas que quieren evolucionar necesitan líderes que sepan equilibrar tres cosas: verdad, pragmatismo y respeto.
Cuando eso sucede, la cultura se fortalece, los equipos crecen y los resultados aparecen.